Aprendizajes Laicos, un tajo en la escuela normalista: parte 11

La conmoción del verbo

Era una mañana como cualquiera, cuando la autoridad escolar me llamó para pedirme que asistiera al taller que dictaría la maestra de tercer grado, con el acompañamiento de la Psicopedagoga Lic. Liliana Zorzín. Me invitaban por si era necesario evacuar alguna pregunta o duda de los padres y madres que serían convocados al mismo.

¿Qué había sucedido? A que se debía el alboroto?

Corría la década del 90, y un grupo de padres y madres había ido a reclamar a la dirección de la escuela que su/s hija/s habían llevado de la escuela la palabra “culiado”. Aducían que esta situación se debía a que en la escuela se estaba enseñando educación sexual.

La maestra del grado donde concurría la niña, tomo la iniciativa y desarrolló una metodología investigativa para conocer lo sucedido. Repartió una hoja de papel a cada estudiante para que respondiera a las siguientes preguntas:

  1. ¿Qué quería decir la palabra “culiar”?
  2. ¿Adónde la había escuchado?

La consigna fue que lxs estudiantes respondieran desde lo que entendía y sabía y quienes no, consultaran al diccionario.

Con todo ese material recabado y registrado se planificó, se invitó a las familias al Taller.

La maestra comenzó diciendo que se había ocupado de la demanda de un grupo de familias que habían reclamado ante la autoridad que sus hijxs llevaban “malas palabras” aprendidas en la escuela por que recibían educación sexual. Los padres y madres estaban ubicados en los bancos de sus hijos y como casi nunca, había concurrido la mayoría, casi treinta personas.

El taller tuvo como objetivo:

Mostrar a las familias el trabajo que previamente había realizado la maestra con el fin de conocer el vocabulario de las chicas y chicos de ocho años y en particular el uso y significado de la palabra “culiar” que circulaba entre ellos. A continuación se pegó sobre la pizarra las tarjetas con las respuestas -a la primera pregunta- recogidas entre sus estudiantes.

La mayoría conocía exactamente el significado de la palabra y otrxs habían buscado en el diccionario. Todas las respuestas estaban a la vista, escritas a puño y letra de cada hijx.

El reconocer que sus hijxs conocían el significado de la palabra fue la primera sorpresa para las familias, se acercaban a la pizarra con el fin de identificar la letra de cada unx de su hijo o hija. El estupor se reflejaba en sus rostros.

En tanto que las respuestas a la segunda pregunta fue alucinante y allí las familias permanecieron sentadas en sus lugares, sin atreverse a reconocer las letras de sus hijos/as.

La maestra estratégicamente leía en voz alta las respuestas pegadas en el pizarrón:

«Se lo dijo mi papá a mi mamá»
«Estaba escrito en una pared»
«Se lo escuché a la empleada»

Etcétera, etcétera, etcétera.

Yo que me había sentado al final de la clase podía observar la actitud corporal de cada persona. Recuerdo a un papá que con las manos sostenía su cabeza y la iba bajando lentamente hasta quedar casi recostado sobre el pupitre. La sorpresa se iba transformando en mitad vergüenza y mitad asombro.

No hubo preguntas ni aportes, el silencio era aterrador y la realidad golpeaba esos rostros demudados.

A continuación la maestra con buen criterio educativo, hizo una intervención tranquilizadora, diciendo la necesidad de trabajar el vocabulario de los hijos y la necesidad re-significarlos tarea que competía a la casa como a la escuela. Así mismo se refirió a la importancia de que la población adulta tuviera el mismo objetivo, con el fin de que los niños y niñas enriquecieran su vocabulario.

Finalmente, la maestra junto a la psicopedagoga, hablaron acerca de los talleres de Educación Sexual y como se trabajaban esos temas. Se partía del vocabulario popular es decir las palabras que lxs chicxs usaban y se iban reemplazando por vocablos que aportaba la ciencia. Con el tiempo se fue supliendo un vocabulario que muchas veces se usaba para insultar y descalificar a alguna parte del cuerpo humano, para reivindicar el cuidado del mismo y evitar abusos de los adultos.

En los años posteriores fue muy satisfactorio escuchar entre los pibes y pibas de primaria el uso de palabras como pubis o vagina con toda naturalidad y reconocer la importancia de tener un auto-cuidado del mismo.

Lxs estudiantes aprendieron que solo ellxs podían tocar su cuerpo y nadie podía hacer algo que los hiciera sentir incómodos y menos guardar un secreto que les hiciera mal.

Cuidar integralmente la salud sexual y general de lxs estudiantes era un objetivo más de la Educación Sexual que se impartía en la escuela.

Acerca de las palabras, nos preguntamos junto a Fontanarrosa: ¿Quién las define? ¿Son malas porque les pegan a las otras palabras?, ¿Son de mala calidad porque se deterioran y se dejan de usar?

Por Marta Fourcade.

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