La gaya ciencia | 1882
Parágrafo 125
El loco. ¿No oísteis de aquel loco que en pleno día corría por la plaza pública con una linterna encendida, gritando sin cesar: ¡busco a Dios!? Como estaban presentes muchos que no creían en Dios, sus gritos provocaron risa. ¿Se te ha extraviado? -decía uno-. ¿Se ha perdido como un niño? -preguntaba otro-. ¿Se ha escondido?, ¿tiene miedo de nosotros?, ¿se ha embarcado?, ¿ha emigrado? Y a estas preguntas acompañaban risas en el coro. El loco se encaró con ellos y, clavándoles la mirada, exclamó: «¿Dónde está Dios? Os lo voy a decir. Le hemos matado; vosotros y yo, todos nosotros somos sus asesinos. Pero ¿cómo hemos podido hacerlo? ¿Cómo pudimos vaciar el mar? ¿Quién nos dio la esponja para borrar el horizonte? ¿Qué hemos hecho después de desprender a la tierra de la caverna de su sol? ¿Dónde la conducen ahora sus movimientos? ¿Ahora la llevan los nuestros? ¿Es que caemos sin cesar? ¿Vamos hacia adelante, hacia atrás, hacia algún lado, erramos en todas direcciones? ¿Hay todavía un arriba y un abajo? ¿Flotamos en una nada infinita? ¿Nos persigue el vacío con su aliento? ¿No sentimos frio? ¿No veis de continuo acercarse la noche, cada vez más cerrada? ¿Necesitamos encender las linternas antes del mediodía? ¿No oís el rumor de sepultureros que entierran a Dios? ¿No percibimos aún nada de la descomposición divina?… Los dioses también se descomponen. ¡Dios ha muerto! ¡Dios permanece muerto! ¡Y nosotros le dimos muerte! ¿Cómo consolarnos, nosotros asesinos entre asesinos? Lo más sagrado, lo más poderoso que había hasta ahora en el mundo ha teñido con su sangre nuestro cuchillo. ¿Quién borrará esa mancha de sangre? ¿Qué agua servirá para purificarnos? ¿Qué expiaciones, qué ceremonias sagradas tendremos que inventar? La grandeza de este acto, ¿no es demasiado grande para nosotros? ¿Tendremos que convertirnos en dioses o al menos que parecer dignos de los dioses? Jamás hubo acción más grandiosa, y los que nazcan después de nosotros pertenecerán, a causa de ella, a una historia más elevada que lo fue nunca historia alguna». Al llegar a este punto, calló el loco y volvió a mirar a sus oyentes; también ellos callaron, mirándole con asombre.
Friedrich Nietzsche 1844-1900
¿Qué es la muerte de Dios?
La muerte de Dios según Nietzsche, es el acontecimiento más terrible de la historia de la humanidad, siendo este el “gran desengaño”. Partiendo de ser el fundamento sobre el cual se construyó toda la cultura occidental en los últimos dos milenios, por consecuencia toda la estructura intelectual y moral de aquel tiempo muere con la misma muerte de Dios.
Es el estruendo de este asesinato el que todavía no alcanza a los oídos de los hombres, que pese a las declaraciones del ateísmo moderno, sigue existiendo como si Dios aún existiera. La muerte de Dios mueve los cimientos del mundo conocido, tanto sus verdades como certezas, nada puede ser lo mismo después de la muerte de Dios
La muerte de Dios no es una muerte como la de un hombre cualquiera, con un pasado y un presente que acaba de terminar, por lo que no es una muerte literal. Si Dios ha muerto, es porque nunca estuvo vivo y nunca existió. Por el contrario, la muerte de Dios es un elemento poético con el que Nietzsche condena a la ‘’hipótesis de Dios’’ que en los tiempos de la edad media y ocultista poseía un peso irrefutable y ahora ha dejado de ser válida.
Argumentación:
Nietzsche deja en claro que el puñal que dio muerte a Dios fue la misma ciencia, el progreso y el conocimiento científico son responsables directos de que el hombre ya no crea honestamente en Dios. En este sentido Nietzsche explica la expansión del germen del ateísmo entre la intelectualidad moderna la cual, según Nietzsche, no tiene vuelta atrás.
La atención recae en el siguiente dilema: si lo más valioso que ha tenido la humanidad, ha desaparecido. ¿Qué puede poner el hombre en su lugar?
Si se quiere seguir viviendo después de la muerte de Dios, se tiene que poner en su lugar a algún ente que esté a su altura. El hombre tendería a buscar nuevos valores, nuevas realidades de las cuales sustentarse y a medida que este se hace consiente de la ausencia de Dios, se enfrenta a la angustia y al cansancio de la vida que liga al hombre a creer que la vida no tiene sentido.
Pero es este ambiente trágico y oscuro el que puede abrir un camino hacia la fulgente felicidad, así como al hombre se le presenta un abismo lleno de preguntas tiene frente a sí mismo una ruta de escape llena de oportunidades. Para Nietzsche la muerte de Dios tiene que alcanzar a cada ser humano de manera individual como la “Gran nausea”. Se presenta una reacción dual, primero, la del sujeto que se conforma con la muerte de Dios, que en el fondo siempre quiso que este muriera, y ha vivido toda su vida de espaldas a lo que significaba Dios en la vida y, segundo, El que está dolido, es porque vivía con un gran anhelo de transcender y no lo escondía, porque era más humano, en fin de cuentas.
El corazón humano desea lo infinito, lo eterno y ya sin Dios para llenar ese vacío, este deseo del corazón será redirigido, para que aprenda a amar la vida de un modo más verdadero y evitando en todo momento que esa transformación se rebaje en triste resentimiento, ya que al asumir la muerte de Dios se presenta un cambio radical en el sujeto y en su vida.
Dios ha muerto pero no ha muerto el hombre
Nietzsche dice que la hipótesis de Dios es un narcótico frente a la crudeza de la vida humana, donde en esta hipótesis se habían reunido todo el odio y todo el resentimiento del mundo hacia la vida, desde Platón hasta las bases del cristianismo. Por odio a esta vida terrenal e impar, que tenemos, el hombre invento otra vida en el mas allá, una vida con Dios.
La presencia divina de un padre protector ha encaminado los destinos de los hombres desde el principio de los tiempos, producto de una rebeldía contra la vida mundana y solitaria, y es en ese camino para gozar de la vida divina donde al ser humano se le ha olvidado vivir la vida nuestra.
Por Francisco Nieto (Estudiante de la Escuela Normal Juan Pascual Pringles)