El Joker, que podríamos traducir como “el hacedor de bromas”, el bromista, el guasón, el hombre de broma, es una de las películas que más espectadores mayores de 16 años ha convocado. ¿Cuál es la razón de este suceso? ¿Es acaso el entusiasmo de la gente por los Cómics, los supervillanos y los superhéroes? Su poder convocante trasciende el mero interés por las historias de DC Cómics. Nos preguntamos qué hace que esta película atraiga a tantos espectadores.
Sigmund Freud en su libro “El chiste y su relación con el inconsciente” analiza el chiste de un hombre condenado a la pena de muerte un lunes a primera hora. El reo, al ser llevado por los guardias a cumplir la condena, les dice: “Linda manera de empezar la semana”. Lo que comenzaba era la semana, pero también comenzaba el último suspiro, su final. El humor, plantea el médico vienés, es el modo en cómo un sujeto se sobrepone a lo irremediable y aún se anima a esbozar una última gambeta a la implacable muerte que siempre gana, sea cual fuere la jugada. El condenado a muerte se sobrepone a ella con el humor, no todo se lo llevará la parca, no al menos su dignidad de sujeto.
El humor hace trastabillar el orden fundado y es un intento de sobreponerse y dar vuelta el peso del destino fatal logrando una pequeña victoria al horror que espera. Es un modo de sacarse de encima al Otro gozador, al menos por un rato, al menos por un instante.
La película comienza también con una condena que cae a cuentagotas sobre el protagonista, primero con una golpiza gratuita e inmerecida y luego, en el devenir de la película, con múltiples violentas afrentas que padece en todos los ámbitos, la falta de trabajo, de remedios, de atención médica, de amigos, de identidad, de reconocimiento y de amor. El personaje, Arthur Fleck, no quiere ser el transmisor de la violencia social que le impone comunicar, gritar, defenderse y actuar… No quiere ser ese dispositivo repetidor que capte y emita la violencia que sufre, pero no puede evitarlo. Busca la risa, la carcajada, como un modo de sobreponerse y ésta le es esquiva, no llega su efecto ni aun pintándola en la cara, ni aun carcajeando frenética y compulsivamente… Su madre le dice que transmita la risa, pero ambos saben que no puede hacerlo, “eso” no se transmite, no funciona, no sucede. Mientras las ratas invaden la ciudad, fuerzas oscuras y de la noche se van desatando como incontrolables, catalizadas por un sencillo ciudadano de ciudad Gótica que busca su lugar, el Joker.
Lacan, el psicoanalista francés, decía que había tres barreras contra lo imposible, contra la nada y el horror: la religión, la ciencia y la belleza… Podríamos agregar ahora una cuarta: el humor.
El humor es una de las últimas barreras ante el horror y la muerte, único modo de defender la última trinchera, el último bastión, las hilachas que subsisten, de la dignidad subjetiva, ante las fuerzas aplastantes y “desaparecedoras” que la violentan. La historia del Joker, hacedor de bromas, se juega en ese último límite, en esa frontera final donde más allá está la muerte: la de él o la de los otros. Como una defensa impotente, intenta transformar la opresión cultural, social, política y económica, el abandono de todo y de todos apelando a la risa. Lo intenta, pero el humor fracasa una, otra y otra vez…
Hay un momento crucial en la película, línea de fuga del destino escrito. Por ese momento también pasaron otros. Por ejemplo Hamlet quien, sólo ante la tumba y el cadáver de su novia Ofelia, descubre su deseo, agobiado por los sucesos del que era víctima y puede, por fin, gritar su nombre: “Yo soy Hamlet, Príncipe de Dinamarca”. A partir de allí se desencadenan los hechos trágicos que buscan vengar al padre asesinado, rey de Dinamarca. Así le sucede también a Tadeo Isidoro Cruz en el destino borgiano y criollo relatado en El Aleph “Cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en que el hombre sabe para siempre quién es”.
Del mismo modo para el Joker hay un punto de clivaje a partir del cual ya es otro: el instante en que mata por primera vez. Momento en que el personaje incorpora la violencia, sabe por fin quién es o puede ser. La violencia que le era ajena ahora le es propia y no la sufrirá más… serán otros lo que él fue.
Una vez que se desencadenan los disparos que le quitan de encima a los matones, a todos, a los de antes a los del presente y a los que vendrán, la apuesta no es más la risa, … ya no sonríe… “Don’t smile” reescribe en un cartel del metro. La risa, a partir de ese suceso, no servirá como barrera para ese mundo oscuro y cruel. La risa del personaje que era como un llanto, un “ríelloro”, una angustia grotesca entre llanto-grito-risa será, a partir de entonces, la carcajada gozadora de quien somete a otros.
La película es sencilla, libre de efectos especiales, con una muy buena actuación de Joaquin Phoenix que se mete en la historia del personaje y relata en todo su recorrido la violencia que sufre, el abandono de todos y el fracaso sistemático de ponerle una sonrisa al horror que vive, a la miseria que lo circunda, alejado del cliché del supervillano al que estamos acostumbrados. Allí nace el personaje de ficción que de ser un hacedor de bromas pasa a ser un hacedor o repetidor de muerte y violencia. El rojo maquillaje de una sonrisa pintada pasa a ser la sangre del otro con el que conforma su nuevo rostro. Si el humor como defensa ante el horror no pudo, la violencia lo hará. El personaje queda del lado del horror del que tanto quiso escapar.
La temática es vieja, tanto como el mito del nacimiento de Eros, hijo de Penia y Porós, la pobreza y la abundancia, él mismo es hijo de una madre pobre y loca y de un millonario. Este joker es el equivalente, pero no representa el nacimiento de Eros, sino el de Thánatos: destrucción y muerte…
Si la gente dejase de reír y ya ni siquiera pudiese llorar, es que probablemente comience a matar… ¿Explica eso las matanzas en EEUU, algún joker ametrallador, o los movimientos explosivos en América Latina, Francia, Libia, Ecuador, Chile, que no se detienen con los tiros represivos estatales, la ceguera de los ojos cerrados a la fuerza o las armas que quieren acallarlos? El descontento, la falta de buen humor desde hace tiempo, están haciendo surgir jokers dispuestos a todo, con tal de no seguir siendo los abandonados del sistema, “los nadies que cuestan menos que la bala que los mata”, como decía Eduardo Galeano.
El proceso de transformación del personaje desde la broma fallida a la violencia efectiva, se da en una ciudad hostil, agresiva, violenta. Allí surgen las protestas violentas también, en la vida real, de los abandonados por la sociedad misma. Reflejos del Joker estallan por todos los rincones de las ciudades, la gente que, abandonada a su suerte, violentada, ya no puede ni siquiera hacer humor para escapar de la ignominia. Ante la muerte segura ya no importa matar o morir.
Explicar el personaje a partir de la locura, tomarlo por loco o psicótico es un modo simplista que nos exime de ver los lazos con la realidad actual que quizás explique la masiva concurrencia a los cines. La propuesta del director, Todd Phillips, no apela a la siempre a mano “locura” para entender al Joker, lo dice el mismo personaje ante las cámaras de un estudio televisivo comandado por el personaje que interpreta Robert De Niro: “Todo el mundo es horrible en estos días, es suficiente para volver loco a cualquiera”, “Si yo estuviera muriendo en la acera pasarían por encima mío”, “Nadie piensa en lo que es ser el otro tipo”, ”¿Piensan que nos quedaremos sentados y lo aceptaremos como buenos niñitos… que no nos volveremos locos cuando estás con una sociedad que te abandona y te trata como basura?”. Está claro en el guion, no se trata de locura… se trata de violencia social y estatal, del abandono, de la expulsión de algunos seres humanos al basurero de los “nadies”. Pensar que eso no tendrá consecuencias, no es un descuido, es una ingenuidad. El Joker no es broma.
Por José Luis Irazola.